Desde la gente que escucha y cuenta cuentos

 

por Armando Quintero


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Los cuentos nacen de las palabras vivas, sonoras, vibrantes y significativas. Poseedoras - aún - del aroma y del sabor del café o del chocolate que se expanden con ellas en espirales maravillosas, desde las tazas y las bocas, a los corazones enternecidos de los hombres y mujeres que las comparten.


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Los cuentos nacen de las palabras que brotan en las hogueras, los patios, las reuniones, es decir, en todos aquellos espacios que comparten los que hablan y los que escuchan.


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Los cuentos crecen, como los girasoles - siempre vivos y luminosos- de Van Gogh, para adornar los centros de las mesas en la sencillez de las casas, los apartamentos o los lugares donde el hombre vive, donde el hombre es.


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Los cuento se donan desde adentro, como los frutos maduros y frescos de los bodegones de Cézanne: servidos para todos, en la mesa de todos.


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Los cuentos son el corazón, son los pulmones, las entrañas todas de los que cuentan y de los que los escuchan. Y se dicen - "con toda la voz y con todo el cuerpo"- para verlos, más que para oírlos.


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La gente que escucha los cuentos y la que los cuenta ha aprendido que se hacen más hermosos con cada cuento. Por ello, los cuidan mucho: desde el mismo momento en que los eligen, hasta más allá de los momentos en que los donan.


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La gente que escucha los cuentos y la que los cuenta se divierte, por igual, en reinventar los cuentos para que los reinventemos. Como ha sido por los tiempos de los tiempos y, entre todos, seguirá siéndolo.


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La gente que escucha los cuentos, y la que los cuenta, se despiertan con la llama viva que funde el esqueleto de cada historia, vibrando con sus sonidos en el viento y, asumen que "se improvisa sobre lo que se conoce, no sobre lo que se olvida o desconoce", como nos ha aseverado Enrique Buenaventura.


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La gente que los escucha y la que los cuenta conversan a través de la poesía de los cuentos, sabiendo que ninguno de ellos es inocente pero que están llenos de las posibilidades del amor, del humor, de la ternura.


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La gente que escucha y la que cuenta cuentos forjan una conversación común - a su imagen y semejanza - con su tiempo, su espacio, su intimidad compartida...
A cada cual según se cuenta.
De cada cual según se sienta.
Con cada cual según se sueña.


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La gente que escucha los cuentos, y la que los cuenta, comparten sus miradas, sus movimientos, sus más pequeños gestos: compartiendo vidas para vivir más vidas.


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A través de todos los lenguajes, la gente que escucha y la que cuenta cuentos, lee el relato que se hace, las historias que se reinventan, el cuento que revitalizan.


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La gente que escucha los cuentos, y la gente que los cuenta, no perdonan a los que les mienten, o a aquellos que se mienten, ya que sus palabras - si es que las tienen - son cántaro roto, imposibilitados de servicio por su propia vaciedad.


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Ante la complicidad de escuchar y de escucharse - que es su decir y su silencio preñado de palabras - la gente que escucha y la que cuenta devuelve multiplicada la voz de todos los cuentos.


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Los cuentos fueron, son y serán creados, recreándose, para guardarse en la memoria de los que vienen y de los que se van.


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Los cuentos serán narrados, cuantas veces la memoria los revierta, en el acto siempre vivo de la palabra que se dice.


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La gente que escucha los cuentos, y la que los cuenta, sabe desamarrar los mundos fabulosos que les abren sus puertas y ventanas para abrir nuevas puertas y nuevas ventanas, que vienen de otras puertas y otras ventanas que se abrieron frente a alguien, en algún momento, en algún espacio, bajo alguna situación.


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La gente que los escucha, y la que los cuenta, agradecen el amor de todos. Como agradecen la maravillosa existencia del Credo de Aquiles Nazoa, los cuentos de Luis Luksic, las tonadas de Simón Díaz, los colores y los matices de Armando Reverón, entre otras maravillosas realidades de lo posible y lo imposible.


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Es desde el amor de donde nacen los mejores cuentos, las historias más grandes, las más pequeñas narraciones: las que todos aceptamos que nos dicen, porque dicen.


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La gente que escucha los cuentos es hermana de la que los cuenta, o viceversa. Aún más: son uno, porque son entre ellos con los otros.


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La gente que escucha y la que cuenta aprendieron que contar es fundar un único corazón no solitario: un corazón solidario, multiplicado y multiplicador. Como siempre lo ha sido, y lo será, por los siglos de los siglos.

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La gente que escucha y la que los cuenta ha sido, es y será como la rosa blanca de Martí: cultivada y cultivadora, en todo tiempo y para todos, entre las palabras de cada cuento.


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La gente que escucha y la que cuenta los cuentos sabe que no sirven a la tecnología. Ella les sirve, entre tantas posibilidades, para hacer correr el viento más aprisa y dibujar arco iris con las palabras que se dicen.


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La gente que escucha los cuentos, y la que cuenta:

"quebrarán las distancias
con el hilo mágico de la poesía
inscrita en las alas
de una fibra óptica
que tal vez nunca sospeche
la calidad de los pasajeros
que se cuelan entre sus redes
para irrigar la esperanza"

como algunos lo leyeron en un documento poético de estos tiempos, y que han hecho como suyo, por pertenecerles.

 

 

Un cuento: el cuento

A Ayax Barnes (in memoria) y a Beatriz Doumerc: que con La Línea (y con sus líneas) me posibilitaron la realidad de este texto.


Si encuentro la palabra Cuento - no abandonada, pero sola por ahí - me pregunto:

¿Cuento? : ¿yo cuento?

¿Cuento? : ¿yo enumero?

¿Cuento? : ¿yo calculo?

¿Cuento? : ¿yo narro un suceso?

¿Cuento? : yo enumero sucesos.

¿Cuento? : yo calculo mis palabras para narrar un suceso.

¿Cuento? : yo cuento un cuento.

El cuento: palabras que enumeran sucesos.

Yo cuento: las palabras que nos dicen de las cosas que le pasaron a alguien, en un lugar y en un tiempo.

Las palabras prohiben, censuran, corrigen, enseñan y divierten.

Un hombre con las palabras se enreda, se aísla de los otros hombres, vacila, duda, retrocede, quizás no llegue a ninguna parte y las abandona.

Un hombre con las palabras se comunica, se apoya con los otros hombres, afirma, experimenta, avanza, quizás llegue a muchas partes y las alimenta.

Un hombre con las palabras hace poemas y cuentos.

Un hombre con los cuentos detiene, separa, divide, engaña, prohíbe, ataca, destruye y cuenta contra el hombre.

Un hombre con los cuentos mata o deja morir.

Un hombre con los cuentos avanza, une, multiplica, es veraz, admite, comparte, construye y cuenta con y para el hombre.

Un hombre con los cuentos vive y deja vivir.

Un hombre con un cuento narra para imaginar: crea la maravilla de nuevos mundos reales, sin evadir las realidades.

Traza una campana que resuena en todos, con todos, para todos.

Abre las puertas y las ventanas que liberan los pájaros enjaulados en nuestros cuerpos.

Le pone tortugas a nuestros pasos para que los guepardos, que agitan nuestras faenas diarias, también descansen.

Une sus manos con los otros hombres, para defendernos y renovar nuestros corazones abiertos.

Un hombre con un cuento narra para encontrar más cuentos.

Porque después de todo - así lo reciba como la pluma de un ángel o, simplemente, lo intente hacer por sí: para sorprender o sorprenderse, para confiar en los otros, para compartir con los demás o para amar y ser amado - ¡cada hombre creará, siempre, su cuento o su poema! ¿O no?

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¡Inténtalo tú!
Escribe tu cuento.
Haz tu poema.
¡Comparte tu corazón!
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Con permiso de su autor, Armando Quintero, para la Red Internacional de Cuentacuentos.

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