Narración Oral. Un puente mágico para descubrir el placer de los cuentos y algo más.

 

por Alicia Barberis

 

“Gracias a la magia de la narración, la imaginación abre sus alas y se echa a volar. No importa si va hacia un pasado cargado de ancestrales y eternas sugestiones o hacia un futuro cargado de promesas. Lo mismo da (...) Porque la narración obrará el milagro de sacarnos del tiempo cronológico para sumergirnos en el tiempo afectivo, donde el ayer y el hoy no existen y sólo importa la permanencia de los valores”. Dora Pastoriza de Etchebarne (1)

La narración oral, no es más ni menos que aquel arte milenario de contar cuentos, que se nos presenta en forma inmediata en la figura de un abuelo junto a la cama encantando a un niño, en las ruedas en torno al fogón y, un poco más lejos, en los comienzos del hombre, en la forma ritual del mito. El relato oral siempre estará allí: junto al miedo del hombre, el hombre frente a la noche, el hombre soñador, el hombre frente al universo.

La narración oral es antes que nada un hecho estético, que tiene un fin y un valor en sí mismo, pero no podemos dejar de reconocer que es -además- una herramienta indispensable en la formación de los niños.

Si analizamos lo que ocurre cuando contamos un cuento, comprobaremos que se produce un acto de comunicación profunda, en el que juegan muchos elementos: la voz en el espacio contactando la sensibilidad, la mirada provocando un nexo íntimo, el gesto y la palabra complotados para emocionar. Y esa comunicación, ligada siempre al placer y al afecto, se vuelve imborrable.

Por eso es tan efectiva la narración oral.

Un niño que escuche cuentos bien narrados, incorporará esas estructuras narrativas en forma intuitiva, ampliará su vocabulario, enriquecerá su imaginación y trasladará todo esto a su expresión oral y escrita, más tarde o más temprano.

Un niño que descubra -y en esto es indispensable la habilidad del adulto- que esas historias que escucha salen de los libros, se transformará en un lector ávido, movido por el placer que esos cuentos le sembraron.

Si se generan espacios importantes para escuchar cuentos desde la más temprana infancia, y se mantienen durante toda la escolaridad, la narración oral se transformará en un puente mágico para descubrir el placer de los cuentos. En un viaje inolvidable que cultivará la sensibilidad, despertará emociones, entretendrá y optimizará cualquier aprendizaje.

 

La oralidad en la primera etapa de la vida.

Desde que nace, el niño, a través de un complejo proceso de apropiación, irá construyendo el aprendizaje de la lengua en función de sus propias estructuras internas y desde las posibilidades de interacción lingüística que le brinde el medio que lo rodea.

Sabemos que en la primera etapa de su vida, es importantísimo el estímulo que le proporcionarán las relaciones interpersonales en la construcción de este conocimiento, ya sea a través de los gestos, las miradas, los movimientos, la vocalización.

Es imposible pensar que este primer contacto con la palabra hablada esté exento de afecto o de situaciones lúdicas. La madre, el padre, los abuelos, los docentes, pueden contribuir a fortalecer la apropiación de la lengua, el desarrollo de la escucha y del pensamiento, a través de juegos verbales, de poesías rítmicas, de nanas, de cuentos lúdicos y brevísimos.

Existen experiencias realizadas con niños muy pequeños, en Jardines Maternales, en las que tomaron a dos grupos de bebés, a partir de los seis meses. A un grupo se les narró cuentos en forma sistemática durante un tiempo importante y al otro grupo, no. Los bebés que escucharon esos relatos fueron adquiriendo paulatinamente una mayor capacidad de atención, realizaban seguimientos con la mirada, sonreían, se embelesaban al escuchar la musicalidad de la palabra y fueron aumentando progresivamente el tiempo de escucha. Cuando estos niños llegaron a la etapa escolar, quedó demostrada la gran diferencia que existía entre el nivel de atención, concentración, expresión oral, de un grupo y del otro.

Otros especialistas aseguran que la estimulación debe comenzar antes del nacimiento, cuando el bebé está dentro del vientre materno, y debe hacerse a través de canciones, poesías, palabras de afecto, siempre acompañadas de caricias y de una atmósfera apacible.

Todos sabemos que en la actualidad, prácticamente ha desaparecido la oralidad del ámbito familiar y es muy reducida en el ámbito escolar. La responsabilidad que nos cabe a los adultos -padres y docentes- es revertir esta situación.

Desde las instituciones escolares se debe apoyar la ejercitación de la oralidad, generando espacios en los que se jerarquice el uso de la palabra. Esto no significa en modo alguno que se realicen conversaciones insustanciales y estereotipadas, en las que participan generalmente los niños más desinhibidos, sino que se propicie una situación comunicacional verdadera y profunda. Una de las formas de lograrla es a través de la narración oral de historias, del contar cuentos y de preparar a los chicos para que ellos también puedan contarlos.

 

¿Para qué contar cuentos?

La narración oral –como ya se ha dicho- es un arte y como todo arte tiene una finalidad en sí misma. No obstante, y sin dejar de tener en cuenta este hecho, se han mencionado varios objetivos que se cumplen en forma paralela cuando contamos cuentos. Repasemos un poco. Al contar cuentos en forma asidua:

•  Se estimula y desarrolla la escucha.

•  Se enriquece el vocabulario.

•  Se desarrolla la imaginación.

•  Se mejoran la expresión oral y escrita.

•  Se propicia el acercamiento a los libros.

Al tomar conciencia de todos los objetivos que se alcanzan contando cuentos, estaríamos respondiendo ampliamente a la pregunta “para qué contar”, si persiguiésemos fines pedagógicos.

Pero ya hemos dicho que contar cuentos a los niños es un hecho artístico que provoca emociones y establece una comunicación profunda, no sólo con el narrador, sino también con el grupo. Por lo tanto se cumplen –además- otros objetivos:

•  Se desarrolla la sensibilidad.

•  Se movilizan emociones profundas.

•  Se establecen lazos afectivos.

•  Se provocan interacciones grupales.

 

A esto podría agregarse el aporte que han hecho distintos especialistas. Entre ellos, Bruno Bettelheim, Jean Piaget y Gareth Mattews.

Piaget centró el desarrollo de la inteligencia en el juego, rescatándolo como constructor de lo real. Le dio un lugar preponderante al juego simbólico y a la fantasía para el desarrollo del pensamiento y la adaptación inteligente y creadora a la realidad. Él afirmó que en el juego -gracias a la fantasía-, el niño podía nutrirse de lo real y compensar carencias, resolver conflictos y angustias, anticipar situaciones y eliminar temores.

Partiendo de este concepto, la fantasía de los cuentos es comparable con la del juego simbólico, y podemos afirmar, que gracias a los cuentos, el niño se nutre de lo real y puede revertir sobre lo real. Gracias a los cuentos, el niño puede compensar carencias y resolver conflictos y temores.

Esta idea fue reforzada por Bruno Bettelheim, quien se ocupó de reivindicar por terapéuticos a los “sanguinarios, truculentos, feroces” cuentos de hadas, afirmando que los cuentos de hadas operan sobre el inconsciente infantil -al igual que el juego simbólico- permitiendo a los chicos expulsar sus conflictos más dramáticos: inseguridad, búsqueda de alicientes vitales, temor a la muerte y las contingencias de la vida, causalidad y analogía vistas desde fuera de sí mismos.

Gareth Mattews, profesor de filosofía e investigador del pensamiento filosófico infantil, coincidió con Piaget y Bettelheim en la importancia de la fantasía en el desarrollo del niño y en la función catártica de los cuentos tradicionales, pero agregó otro punto importante: el papel que los cuentos pueden desempeñar para estimular el pensamiento filosófico infantil y citó como ejemplos diversos cuentos para niños en los que se abordaron temas como la perplejidad ante el tamaño aparente de los objetos que se ven a gran distancia, la apariencia y la realidad, la idea de que una palabra puede llegar a significar lo que deseemos. Estos ejemplos los sacó de “El Mago de Oz” (L. F. Baun) y de “Alicia en el país de las maravillas” (L. Carroll).

 

Lo expuesto podría sintetizarse, afirmando que la narración de cuentos contribuye también a que:

•  Se resuelvan conflictos y angustias.

•  Se eliminen temores.

•  Se anticipen situaciones.

•  Se estimule el pensamiento filosófico.

•  Se desarrolle la comprensión de la realidad.

Se puede decir entonces, que contar cuentos a los niños cubre necesidades profundas que tienen que ver con la formación integral del ser humano y que repercuten en su psiquis, en sus emociones, en sus conocimientos, en su afectividad y en sus vínculos interpersonales.

 

¿Es lo mismo contar que leer?

No es lo mismo contar que leer. Ni la dramatización de un cuento, ni la lectura del mismo tienen el mismo recibimiento por parte de los chicos que escuchar un cuento bien narrado.

El lector tiene el libro en las manos o las palabras escritas que lo condicionan a mantener cierta distancia con el oyente.

El narrador no está limitado por nada: se para, camina, se sienta, mira a todos, usa las manos, su voz, reinventa, improvisa, gesticula.

La oralidad permite reiteraciones en la búsqueda de la comunicación y un lenguaje más coloquial. Posibilita sintetizar el relato y apoyarse para ello no sólo en la adaptación, sino también en la mímica y en la gestualidad. “El cuento narrado es la recreación de las imágenes leídas que toman vida en la boca del narrador” (3) . Por todo eso, el público siente que la narración oral es un hecho vivo, que llega con la fuerza de lo real.

No obstante, es sabido que por distintas causas, el docente muchas veces recurre a la lectura de un cuento en lugar de narrarlo oralmente. Esto ocurre por falta de tiempo para preparar todos los días una narración nueva, por la necesidad de respetar un texto literario (no todos los cuentos se pueden narrar) o por el deseo de vincular el placer de la escucha con el libro como objeto portador del texto.

Esto es válido. Pero no debemos olvidarnos de dos cosas importantes.

1- Si optamos por leer el cuento, deberá hacerse a través de una lectura expresiva, similar a la narración. Si elegimos leer, por más excelentes lectores que seamos, deberemos haber leído el texto muchas veces para poder internalizarlo y poder entonces manejar las sugerencias de voces, los tonos, las intencionalidades del lenguaje, las pausas de expectación. Se deberá leer como si se estuviera narrando, utilizando todos los recursos expresivos para que ese relato llegue con fuerza y capte la atención del oyente.

2- No debemos olvidar que narrar oralmente es un hecho irrepetible, necesario e indispensable y que debemos realizarlo con frecuencia, además de las lecturas que decidamos hacer.

A modo de cierre de este capítulo y hablando de narración oral, llegó la hora del cuento...

La sabiduría (Versión libre sobre una idea de Anthony de Mello)

Cierto día, llegaron cinco viajeras a las puertas del cielo

El guardián, antes de hacerlas pasar, les preguntó:

- ¿Quiénes son ustedes?

La primera miró a las demás y respondió:

- Yo soy la religión.

- La juventud –dijo la segunda.

- La comprensión –dijo la tercera.

- La inteligencia –dijo la siguiente.

- La sabiduría –dijo la última.

- ¿Y qué es lo que hace cada una? –preguntó el custodio.

Fue entonces que…

La religión se arrodilló y oró.

La juventud se rió y cantó.

La comprensión se sentó y escuchó.

La inteligencia analizó y opinó.

Y la sabiduría... contó un cuento.”

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  1 Pastoriza de Etchebarne, Dora, 1981. El arte de narrar, Buenos Aires, Guadalupe.

2 Navarro, Mayra; 1999. Aprendiendo a contar cuentos , La Habana, Ed. Gente Nueva.

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Con permiso de su autora, Alicia Barberis, para Red Internacional de Cuentacuentos.

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